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    1996 Desde la colina

    En mi casa eramos cinco hermanos, una furgoneta pequeña tenía mi padre, y la única pulsera de oro «importante» que había en mi casa era mía (y lo sigue siendo) porque la heredé de mi abuela. Los horarios de trabajo eran interminables y cuando llegaba a mi casa, con mis padres, tenía la ropa limpia y planchada preparada para para el día siguiente. Trajes para ocasiones especiales me los hacía mi madre, yo llegaba con una tela, metía tijera … y ella lo montaba.

    Hay que decir que cualquier traje a medida, cuando tienes poco más de 20 años y buena percha, siempre queda estupendo.

    Toda lo seguridad que aporta el vestir un buen traje, un carísimo perfume, el maquillaje de la mejor marca, cenar en los mejores restaurantes o los maravillosos detalles que se tenían conmigo como flores, joyas o una buena botella de vino. Todo me producía una trementa tristeza.

    Aquellas operadísimas mujeres de ejecutivos con la sonrisa perfecta pegada a la cara y con aquellas joyas sobre joyas que rallaban lo barroco, llegaban a las cenas acompañando a sus maridos y regresaban a casa custodiadas por los chóferes. Era el precio de la vida opulenta, vidas secuestradas por el poder.

    Una de las veces la esposa de mi jefe me dijo: Llevas un traje maravilloso ¿de quién es?, esperando que contestase con el nombre de algún diseñador se quedó impactada. «El traje es mío, bueno y de mi madre que lo ha cosido»; podría haber inventado cualquier historia acerca de aquello pero era la realidad. Tener la libertad de poder vestir como me diese la gana y poder decirlo orgullosa era lo mejor de mi puesto. La verdad me hacía libre.

    Desde mi posición podía ver la dualidad en la que me había convertido; algunas veces era hija, hermana y novia, y aunque estaba muy cansada, a veces estaba alegre. El resto del tiempo era la secretaria de, o la jefa de, y estaba pagando un peaje demasiado caro porque con el silencio permitía las relaciones interesadas, lo superfluo, la vanidad o la mentira.

    Desde lo alto de la colina tomé la decisión de volver a la tierra. Dejarse caer es fácil, lo complicado es levantarse de nuevo.